lunes, 19 de mayo de 2014

Las crónicas de Fhred. Capítulo 1: El arte de la caza.

Las crónicas de Fhred
El último cazador
Capítulo 1 - El arte de la Caza


Era ya muy tarde cuando me dispuse a partir hacia la “misión especial” que me había encomendado la Anciana. Esa “misión”, simplemente consistía en recoger las hierbas medicinales necesarias para sus apestosas pócimas. Me reí de mí mismo,había llegado a aquella aldea dejada de la mano de Dios por pura casualidad y desdicha mía. Todabia no recuerdo como llegue exactamente, solo tengo un vago atisbo de una masa borrosa cerniéndose sobre mí y nada más. Aunque el Jefe y los demás aldeanos me han acogido con mucha caridad, nadie me quiere decir que paso en realidad. El Jefe solo me ha dicho que fue un monstruo pero no me dice cual. Supongo que sera alguno de rango bajo puesto que soy el único al que no le otorgan misiones de mayor importancia que recoger absurdas hierbas. Bueno, al menos voy a terminar esta misión, así espero no ser objeto de mofa. Acto seguido entré en la cueva donde según me habían dicho se encontraban las dichosas hierbas. También me habían comunicado, entre risas que antes habitaban por allí algún Giaprey, que tuviese cuidado no fuesen a morder el trasero… Idiotas, algún día les enseñaré yo a Cazar. Si tuviera armas decentes, claro. Miré, mis espadas dobles, estaban melladas, desafiladas, sin brillo...pero todavía no me había fallado cuando necesitaba despellejar un animal o “impresionar” con mis movimientos de lucha a los más pequeños de la aldea nunca me había defraudado. Mientras me perdía en entre estos pensamientos un grito hendió la penumbra que allí rondaba. Un sudor frío me recorrió la espalda. No, no, no NO¡¡ No me podía creer que eso me estuviese pasando a mí. Del fondo, donde la débil luz de mi antorcha no llegaba asomó precavido, un morro azulado. El Giaprey, el depredador natural de las montañas había aparecido.
Desenfundé las espadas y me mentalicé a mi mismo de tener al menos dos prioridades:
no huir y no ser devorado.
Avancé rápidamente dispuesto a no dejarle oportunidad de atacar, sin embargo mis conocimientos como Cazador me volvieron a fallar. Hace un instante el monstruo se encontraba a unos doce metros de mi y, un segundo después,  ya había recorrido más de la mitad de la distancia que nos separaba. Esquive sus colmillos dando un paso hacia atrás y lancé las dos espadas curvas hacia delante en un intento de evitar la muerte. Y, para sorpresa mía encontraron resistencia. ¡Lo había hecho! ¡Había matado a un Monstruo, y sin ayuda! Solté un grito de júbilo que resonó por toda la caverna y asustó a los pocos murciélagos que se atrevían a sobrevivir en ese gélido entorno.
Me dispuse a cobrar mi pieza cuando un detalle en el suelo de la cueva llamó mi atención, había visto las huellas de Giaprey pero… ¡Allí había más de una docena de huellas distintas! Debía salir de allí lo antes posible, si el resto de la manada habían oído mi grito acudirían prestos a saber que había perturbado el silencio de su entorno.
Oí arañazos en el hielo, sordos gruñidos y golpes sordos, como los que harían grandes patas al correr. Me estremecí, aunque en ese momento yo no sentía frío. En un intento de cerrar mis reducidas defensas corrí a arrinconarme en una esquina. Era una mala opción puesto que en caso de emergencia no me permitiría huir pero yo ya había decidido que solo saldría de aquella oscura cueva de dos formas: o vivo o en el estómago de alguna monstruosidad. Cogí la antorcha y la clavé enfrente mio, no quería que me atacasen en la oscuridad donde no tendría oportunidad de defenderme. Fueron llegando de uno en uno cada uno mas horrible que el anterior, cuando, se organizaron todos alrededor mío y se disponían a saltar sobre mi un rugido que heló la sangre de mis venas me sobresaltó a mi y a mis atacantes. Apareció majestuoso, con cu cresta azulada bien alta, sus garras centrales de 30 centímetros al menos, una cola en forma de látigo y 2´5  metros de altura.Había oído historias sobre él, los más ancianos relataban a los más jóvenes cuentos sobre este y otros grandes depredadores, pero, eran delirios de viejos, nadie les tomaba en serio. Decidí que si salia vivo de allí les pediría que me contasen todas sus historias, pero antes, había otros asuntos que atender. El monstruo dio un par de pasos cortos hacia mi y comenzó a soltar una serie de gruñidos a sus lacayos a lo que estos respondieron de igual manera. ¡Parecía que estuvieran decidiendo quien se me comería! Bien, pensé, si se pelearan quizás se dañaran lo suficiente para poder matarlos a todos… Un sonido como de un golpe de viento me sacó de mis ensoñaciones y, vi con horror que más de la mitad de criaturas estaban ahora blancas y lisas. Al instante de dirigir mi mirada hacia su líder comprendí la razón de su  estado, de entre sus fauces escapaba un humillo blanquecino que contrastaba con el azul de sus escamas. El ahora no tan numeroso  grupo de Giapreys se disponía a saltar encima de su atacante cuando, estirando el cuello el Giadrome soltó una vahara da de humo blanco que cubrió a la manada y la dejó en el mismo estado que las estalactitas que del techo colgaban. No podría sobrevivir a esta atrocidad. Si, si que podría, yo era Fhred, el Cazador.
Echando un grito salvaje me incliné hacia delante y repelí la acometida de sus garras. Frené, ataqué y ataqué pero no conseguía romper su férrea defensa, mis armas eran demasiado débiles. Pese a esto no me deje amedrentar., no moriría comido por una lagartija gigante. El Giadrome expulsó su aliento en mi dirección y una niebla fría como su corazón me cubrió entero, pero, por sorprendente que parezca no me quedé en el mismo estado que sus compañeros, sino que simplemente sentí un frío intenso.
El cabrón, visiblemente sorprendido reanudó su ataque con una furia intensificada una y otra vez atacaba y  una y otra vez yo paraba sus salvajes acometidas. Sabiendo que poco a poco le estaba cansando le fui infringiendo poco pequeñas heridas en el morro y en su pecho. Finalmente con un grito de júbilo junte las dos espadas como si fueran una sola y le solté un golpe brutal que partió sus garras y vi su cabeza caer. Sabedor de que el efecto de su aliento no tardaría en desaparecer de los Giaprey no me dejé embriagar por la victoria y les fui atravesando uno a uno hasta que caí exhausto en el suelo y todo se volvió negro.
Me desperté gritando y sudando entre unas sábanas que olían como las de mi casa. Me restregué los ojos todavía aturdido y vi que me encontraba en mi habitación, aunque no me encontraba solo.
-Hola, Anciana-le dije
-Hola, Fhred. Veo que mis cuidados han dado resultado-me dijo la pequeña figura que descansaba en una mecedora.
-¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
-Unas cinco horas, cuando los rastreadores te encontraron pensaban que estabas muerto, la verdad, yo tampoco pensaba que lo conseguirlas. Estoy muy sorprendida, no pensé que fueses capaz de acabar con una manada entera tú solo.
-¿Yo? ?Una manada? ¿de que estas hablando?-Y, entonces los recuerdos comenzaron a fluir, la cueva, la “misión”, los Giapreys ¡el Giadrome!- Agh….-Solté aturdido por el torrente de recuerdos que me inundaban.
-Si, lo has hecho. Dado que eres el primero de ellos en darte cuentas te contaré un secreto..
¿Un secreto, cual? ¿Y de que soy el primero? ¿Y…
-Calla y escucha- me interrumpió- Hace cien años, cuando yo era joven, cientos de monstruos asolaban la región, por eso se creó el Gremio de Cazadores. Personas valientes que daban su vida por la de los demás dia a día luchando contra toda clase de peligros. Ese tiempo se le llamó la Vieja Era, hace por lo menos sesenta años que no se veía ninguno de los Antiguos monstruos aparte de algunos casos aislados, hasta hoy claro. Eres el primer Cazador que ve a uno de estos terroríficos habitantes y sale con vida.


Me miré las manos en un intento de comprender lo que esa vieja me contaba. Todas esas historias, eso cuentos para niños ¿habían vuelto de verdad al mundo?
-¿Que se espera  que haga yo?
-Nadie te obliga a hacer nada, pero toda la aldea te está agradecida por deshacerse de aquellos monstruos. Y por cierto, la aldea te a querido recompensar -dijo enseñándome una pesada bolsa que a juzgar por su forma debía de estar llena de monedas.
Pensé en mis posibilidades, podía seguir recogiendo hierbas por una basura de sueldo o podía comprarme una armadura y armas mejores con ese dinero.
-¿Cuanto cuesta unas espadas dobles?, que no sean muy caras claro.
Me sonrió y me señaló un montón de trapos en un rincón de la habitación en el que no había reparado. No puede ser pensé mientras me levantaba y me dirigía hacia allí.
Levante el montón y allí había unas espadas dobles hechas con las garras de Giadrome y las escamas de los Giaprey. Además, debajo había una ballesta ligera, un arma que hacía muchos años no se veía puesto que sólo los Cazadores más aventajados se les permitía usar.
-La aldea está muy agradecida-dijo mientras se iba-cuídalas bien hasta que consigas unas mejores.
-¡Lo haré, señora! ¡Muchas gracias!
Pero ya no me oía se había ido. En fin, me dije nada pierdo intentándolo después de todo no podía perder.
Un momento, pensé. Me acerqué al espejo y vi, con sorpresa que mi pelo normalmente negro, ¡se había vuelto completamente blanco! Joder….Ya decía yo que no había podido escapar indemne del aliento de aquel mamón.
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El Khezu volvió olisquear el aire en busca de su presa. Habían pasado ya cinco años desde aquello, ahora era capaz de acabar con uno de esos con una sola estocada. El Khezu, al menos si que representaba un reto para él. La aldea le había encomendado esa misión a él, el mejor en su profesión de toda la región. Apunté con cuidado a la cabeza de la criatura si a aquello se le podía llamar de tal forma. El Khezu, monstruo de las cavernas, era una especie de gusano enorme con dos fuertes patas y dos alas membranosas. El hecho de no tener ojos ni manos no lo convertía en una presa fácil ya que de alguna arcana forma su cuerpo le permitía producir ingentes cantidades de electricidad. Utilizaba sus portentosas descargas para paralizar sus presas y luego engullirlas sin piedad, además su piel parecía tener las propiedades de la goma pudiéndose estirar a voluntad. Los proyectiles normales no le harán nada dije mientras cambiaba las balas normales por proyectiles explosivos. De repente en medio de bamboleos y gruñidos el monstruo agitó sus membranosas y se elevó en medio del rugido del viento creado por sus alas. Mierda, mierda, mierda no se podía escapar. Disparé una ráfaga que dio de lleno en una de sus alas y liberó una serie de explosiones. Cayó a varios metros de donde me encontraba pero aun así me tuve que proteger del ventarrón que hizo. Vale, ya he llamado su atención, ¿y ahora que hacia? Se levantó con un crepitar de electricidad que me hizo entrechocar los dientes. Miró en mi dirección y su cuerpo se fue envolviendo en una suave aura azul. Mmm… mejor me voy de aquí pensé. Me eché a un lado en el momento preciso en el que lanzaba tres bolas de pura energía hacia mi. No me dieron pero hicieron que se me erizara el pelo. Cargué la ballesta con cartuchos perforadores y comencé a vaciar el tambor de proyectil en proyectil. Lo único que hacían era aturdirlo pero era lo único que necesitaba era tiempo. Enfundé el arma y le lancé los únicos cuchillos que disponía, eran un arma ridícula en comparación con tal colosal enemigo pero antes, habían sido tratados con veneno. Si seguía moviéndose tanto mientras me atacaba no tardaría en extenderse por todo su cuerpo dejándolo medio muerto. Soltando un bufido el Khezu se auto electrocutó evaporando el veneno que corría por sus venas azuladas. Joder, mejor saco la artillería pesada, dije mientras sacaba dos pequeños barriles de mi mochila. Los encendí rápidamente mientras los echaba  a los pies del monstruo y me refugiaba tras una roca. Una explosión resonó en la llanura y se extendió un olor que pese a no ser muy agradable al olfato a mi me olió a gloria.


-Bien hecho Fhred, no sabíamos si podrías con esa cosa-dijo el Jefe mientras me daba unas palmadas en la espalda-sigue así y pronto me quitaras el puesto.
-Si, claro, claro… ¿Por qué no me dijisteis que el veneno no le afectaba?
-No me pareció importante, no creía que tuvieses problemas.
-Ya, pues casi me convierto en su almuerzo.
Prorrumpimos en carcajadas ambos mientras nos apoyábamos en el hombro del otro para no caernos y nos despedimos con  un gesto de la mano. Estaba yo caminando hacia mi casa cuando un susurro llamó mi atención.
-Señor, señor..-Miré en la dirección de esa voz y descubrí a una vieja cochambrosa que se apoyaba en un retorcido y resquebrajado bastón de madera negra.-¿Le interesaría adoptar un feyline?
-¿Feyline?¿Qué es eso?
-Los mejores ayudantes de los Cazadores mi señor.
-¿De verdad?Pues no e oído hablar de ellos a los ancianos de la aldea.-dije suspicaz.
-¿Esos inútiles?No se acuerdan ni de la mitad de sucesos que ocurrieron en esta región.
-Bueno, ¿y qué es eso?
-No es que si no quien mi señor.- se apartó a un lado y dejó ver a una especie de gato humanoide que me   llegaría a la rodilla. Era completamente negro excepto sus orejas y una gran mancha blanca que iba desde su pata derecha hasta su brazo. Tenía unos ojos enormes verdes oscuros que parecían suplicarle.
-¿Cuánto cuesta?
-No señor, no. Tengo más, además cada uno de ellos tiene preferencias para el ataque.                                                                                                                                                                                                                       
-No, no yo quiero este.
-Vale pero…-la mire dudando pues su expresión distaba mucho de ser tranquilizadora.-Yo quiero este                                                      señora
-De acuerdo serán 2000 marcos
-De acuerdo, pero la armadura viene incluida-dije mientras achicaba los ojos.con el tiempo, había aprendido que nunca había que fiarse de ninguna anciana por muy débil que pareciese. Uno acaba aprendiendo al final, casi siempre
-Vale, vale
De vuelta a casa me pregunté de qué forma me podría ayudar esa bola de pelo cuando, de repente, surgieron de una esquina dos formas vagamente humanas envueltas en sombras. En cuanto nos vieron desgarraron las túnicas en las cuales iban envueltas y mostraron dos criaturas parecidas a una mezcla entre mantis y lobo. Cuando iban con las túnicas no me había fijado porque iban encorvados pero de pie pasarían de los dos metros y medio.
-Escóndete Brian joder-grité mientras desenfundaba las espadas gemelas.

martes, 22 de abril de 2014

La tumba

Eh.. Sé que es un relato muy corto pero... no sé me apetecía escribir algo así. Aparte esta basado en una cosa que le pasó a un amigo mio, un hospitalero nuevo que a llegado a Grañón. Bueno espero que no esté tan mal como me parece :D.

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El hombre miró pensativa mente la tierra que poco a poco cubría sus ya entumecidas piernas haciéndole sentir un cosquilleo desde la base de la columna. Nunca volveré a ver a mis hijos pensó, crecerán sin un padre que les quiera, sin alguien que les defienda, que le comprenda… Ya sin poder evitarlo dos solitarias lágrimas trazaron surcos en la mugre que cubría mis mejillas. Solo quería una vida tranquila dijo en voz alta hacia nadie en particular, sin muchos sobresaltos, quizá una sorpresa de vez en cuando, pero al fin y al cabo una vida... El capataz le había dicho cuando me contrató: si te pasa algo toca la campanilla no grites que si no malgastarás  oxígeno. Llevaba cinco malditas horas tocando la puta campanita y nadie había acudido en su ayuda, como mucho un pequeño topo que se había acercado a husmear. Nunca volvería a ver su amada Asturias. Recorrer el campo con sus hijos y su esposa ahora le parecía un lejano sueño que nunca pasó. La cordura se alejaba de su ser mientras que la locura poco a poco se hacia con su mente evadiendo los fogonazos de lucidez que la adrenalina le confería. Extendió los brazos en el reducido espacio que le quedaba y se rió. Se rió del mundo por dejarle morir en su seno, se rió de Dios por dejarle morir, se rió de la vida por abandonarle y se rió de la locura por acogerle.

domingo, 13 de abril de 2014

SIN NOMBRE



- Cuando  nací  mis  padres  olvidaron  ponerme  nombre - le  contestó  al  guardia- quizás  tampoco  hubiera  importado. Éramos  tantos  que  tampoco  se  hubieran acordado -dijo  con  una  sonrisa  torcida- Aunque  puede  llamarme  Sin.  De sin  nombre. 
- Eh,  a    no  me  tomes  el  pelo,  negro  de  mierda.  Esto  es  una  propiedad privada,  ¿sabes?  Y  entrar  es  un  delito.  Así  que  dime  tu  nombre  de  una vez.
- Le  estoy  diciendo  la  verdad.  Oiga  por  favor no  tengo casa, ni familia  y  fuera  hace  mucho  frío.  Por  favor  déjeme  quedarme  hasta  que...
- No, Sin –dijo  con  una  sonrisa  irónica-  Largo  de  aquí.  Si  no  tienes  casa  es  tu problema.  Búscate  un  puente.  Y  no  vuelvas -dicho esto  cerró  la  puerta  de un  portazo.
Los  ricos  se  cubrían  con  pieles  y  abrigos.  Sin sólo  tenía  una  chaqueta  mugrienta  y  destrozada.  El  viento  gélido  penetraba  en  sus  marcadas  costillas  y, tiritando  bruscamente,  se  abrazó  a    mismo  buscando  algo  de  calor. Sus  tripas  rugían con  fiereza,  llevaba  dos  días  casi  sin  comer, cosa que no ayudaba a mantenerse caliente.  Pero  aguantaba  por  una  razón:  porque  aquel  iba  a  ser  el  día,  porque  aquella  noche  Sin  podría  conseguir  una  identidad.
Cuando  era  pequeño  siempre  soñó  que  algún  día  tendría  un  nombre  de  verdad. Su  padre  les  abandonó  cuando  él  nació,  dejando  a  su  madre  sumida  en  la pobreza  y  con  7  hijos  a  los  que  cuidar.  Sin  siempre  pensó  que  su  padre  se había  marchado  al  otro  lado  de   la  valla,  en  busca  de  un  mundo  mejor.  Su madre,  con  todo  el  jaleo,  nunca  se  acordó  de  ponerle  un  nombre. Y  ya  nunca más  se  lo  podría  poner. Pero  aquel  día,  si  lo  conseguía,  si  conseguía  pasar  al otro  lado,  buscaría  a  su  padre.  Y  él  le  daría  un  nombre.  Le  daría  una  identidad. Le  daría  el  privilegio  de  ser  alguien.
Al  caer  la  noche,  Sin  se  dirigió  a la  Valla  de  Melilla. Comenzó  a  escalar,  pero  apenas  tenía  fuerzas  para  soportar  su  peso. Sus  brazos  temblaban,  pero  él sacaba  fuerzas  de  donde  no  las  había,  de  su  dolor,  o  quizás  de  sus  ansias  de tener una identidad. Cada  púa  se  sentía  como  un  clavo  incandescente  en  su  enjuto  cuerpo,  hiriéndolo,  pero  él  seguía  escalando. Se  centró  en  cuál  podría  ser  su  verdadero nombre.  Siguió  subiendo  y  llegó  arriba;  ya  casi  lo  había  conseguido,  cuando  sintió  que   las  fuerzas  le  abandonaban.  Se  agarró  como  pudo a  la  valla  y  contempló  a lo lejos las  luces  de  la  ciudad  de  la  libertad.  “Ha  faltado  poco,  papá.” dijo,  esbozando una triste  sonrisa. Sus  manos  ensangrentadas  y  agarrotadas  se  soltaron  y  mientras  caía  creyó  oír  una  voz  que  le  susurraba:  Adiós,  Malik.

miércoles, 5 de febrero de 2014

 CÓMO CONOCÍ A LOS 19 JÓVENES TALENTOS

CAPÍTULO 8
Siniestro y sensual Carlos.  


Desde luego, si alguien puede dormirse con una mezcla de David Bisbal, cantos gregorianos, y una retahíla de insultos lanzada por una voz robótica proveniente de una aplicación cutreeeeee...(respiración), esos somos Javi y yo. Pero volvamos un momento al lugar donde lo dejé.
Nuria, Aurora, Ali, Lucía, Javi, Carlos y yo decidimos irnos a nuestra habitacióm.
Más bien yo creo que lo que pasó por la cabeza de Ali y Nuria, de cuáles invadimos un ratito más su habitación fue en plan:
¿NO TENÉIS CASA/HABITACIÓN/AGUJERO DONDE CAEROS MUERTOS O QUÉ? D:<
Aunque tenían razón, era tarde. Así que Javi y yo  nos metimos en la cómoda cama súper chachi pistachi, y Carlos......bueno, el pobre se metió en la colcha del rincón. A NO SEEEEEEER.
No.
Durmió ahí, así es la ley, Javi y yo llegamos primero (Carlos <3)
Y Javi y yo, empezamos a hacer el tolili con las luces apagadas y en la cama con el insultator. De ahí y muchas locuras, empezamos a buscar el Ave María Gregoriano, que iba acompañado de un inquietante vídeo de imágenes cristianas bizantinas. No se cómo, acabamos poniendo el Ave María de mi tocayo, David Bisbal. Sí, yo le enseñé todo lo que sabe: a cantar, a bailar, a peinarse.........
Y entonces pasó. Apareció ahí, en la esquina inferior de la cama, apoyado pesadamente en la esquina. No sabéis lo tenebroso que fue, pero lo pondré bonito:
¿ES UN CABALLO MUERTO?
¿ES UN JARRÓN?
NOOO
ES....CARLOS (MÚSICA ÉPICA)
-¿Podéis callaros?- fue su pregunta.
Solté el mayor grito de mi vida. Parecía una vagina de colegiala, enserio.
Entonces sonó el teléfono. OYYYY SERÁ LA TÍA MAAAAARI.
No.
Era la profe de Ali
-¿Podéis callaros? D:<            -Chiii......):
Entonces ya nos dormimos. Pero en mi mente la siniestra imagen de Jesucristo que no parecía parar de decir BEZAME JUAPO, y la siniestra imagen de Carlos ahi apoyado, persistía en mi cabeza.
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A la mañana, todos estábamos como los móviles en el 5% de batería. En modo ahorro. Osea, zombies.
Pero el día empezó aventureramente cuando Nuria, Javi y Ali, echaron una carrera sobre sus maletas por el pasillo del hotel mientras salíamos, mientras se quejaban de que no avanzaba. Sentí la tentación de decirles que EL SUELO ESTABA ENMOQUETADO, pero era francamente divertido, y pronto me uní a la fiesta.
Nos metimos en el bus que nos llevaría al aeropuerto, y me dispuse a disfrutaaaar del trayecto. Entonces surgió la pregunta clae, de la boca de Nuria y Ali, dos de las cuáles se quedarían conmigo en Madrid. ¿Te imaginas que eres el único chico en Madrid?.
¿¡¿¡¿QUEEEEEEEEÉ?!?!?!
Vale, en aquel momento me inquieto bastante, todo hay que decirlo.
Llegamos al aeropuerto, y empezamos a conocer gente: David, Elvira, Sofía, María, Sandra......etc
Uno de los que más me sorprendió fue Efrén. Me dijo que era Riojano, y que intentaba pasar por la aduana del aeropuerto un montón de bolsas de chetos y demás (Oh, cuidado, tenemos un chico malo en Barajas).
Estaba bastante tenso, éramos 6 personas en Madrid, y de las cinco que había visto, 4 era chicas (Sandra, Ali, Nuria y Elvira). Vi que aún me quedaba una silueta por preguntar. Me abalancé sobre ella como un águila calva.
HOOOOOLAAAA¿VASAMADRID?SOYRAÚLENCANTADOQUIÉNERESDEDÓNDEERESLLEVAMEHASTATULÍDER.
RESUMEN:
Aitana Elices Lázaro, de Valencia-Sexo:Mujer
Mier** :D
Perooo noo pasa naaaada.
--------------------UNAS HORAS MÁS TARDE------------------------------------------------
Ya en el avión, me senté con Javi y con Ali. Me fijé en las caras de alrededor. Todas familiares. Todos nuevos amigos. Sonaron por los altavoces los avisos de despegue. El avión cogió una gran velocidad.
Aclaración: No me gusta volar
Eso es un don de las avecillas, del aire, y de Jesucristo el robot del futuro. Así que pensé.
NO QUIERO MORIIIIIIIIR, QUIERO LLEGAR A HOLLYWOOD. (Sálvame Edgardo el Matadragones :´(  )
Quién me diría, que en su día, escribiendo un pequeño relato, abriría la puerta para escribir uno de los mayores capítulos de mi vida, y que una gran aventura, estaba a punto de empezar...........


martes, 4 de febrero de 2014

CÓMO CONOCÍ A LOS 19 JÓVENES TALENTOS

CAPÍTULO 7
Las servilletas almidonadas causan furor.  


Cuando Javi y yo volvíamos al hotel, conversamos a cerca de quién sería el que dormiría en esa especie de cama de la posguerra de la habitación. Pero cuando llegamos, nos llevamos una sorpresa. Óscar nos dijo que había venido una chica que se llamaba Nuria y era de Algeciras. A mí Algeciras sólo me sonaba del telediario (ya sabéis, esos ingleses y su manía de tirar hormigón a Gibraltar). Javi y yo empezamos a congeniar con ella intentando dar la mejor impresón. Posteriormente, supimos que eso de dar una primera buena impresión nos quedaba para Septiembre. Nuria confesó que le habíamos parecido unos friquis salidos del quinto averno chino-ruso-japonés. PERO BUEEEENO. El caso es que descubrió que somos unas delicias de personas.
Llegamos a la cena. Empecé a sentirme incómodo. Veréis, tengo unas rarezas muy extrañas. A mi la primera y la última cena con una gente nueva me resulta muy especial. Lo he bautizado como mi `"trastorno de Jesuvristo". El pobre JC no tenía suerte  con las cenas. ¿Os he contado mi teoría de que Judas era cani?.
Me desvío. Demasiados amigos tarados, y horas de religión insipidas.
Así que empecé a hacer lo que los hombre hechos y derechos hacen. El idiota.
Cogí la servilleta y vi que se quedaba recta, osea, que estaba más duro que los pies de Cristo. Mi imaginación empezó a volar y empecé a agitar la servilleta, y a usarla como porra.....etc.
Al final, dado que éramos tres en la mesa, se percataron de mis movimientos espasmódicos servilleteros. Y entonces, alguno de los dos, formuló esa pregunta tan maravillosa:
-¿Qué haces?
Hala. Cazado. Fantástico.
Entonces mi mente empezó a buscar una respuesta rápida
Raúl: Las servilletas.....están.......almidonadas (?)
Ahí empezamos a divagar y los tres cogimos nuestras servilletas y empezamos a defender el honor de Camelot. Ay no, espera, que solo hicimos el idiota con las servilletas.
Las bautizamos como servilletas Vascas, ya que a Javi y a mí nos habían dicho que nuestro compañero de habitación era vasco. Entonces entró por la puerta.
Alicia, la chica murciana, había llegado a la ciudad.
Se sentó en otra mesa, así que nosotros seguimos en la nuestra. La cena transcurrió entre amenas conversaciones ( a cerca de cómo seria el chico vasco que nos acompañaba a Javi y a mí).
Entró una segunda chica por la puerta. De esta chica yo por lo menos no me enteré de nada hasta un momento más posterior. Subimos a las habitaciones, e hice como en la guerra. Recuento. A ver, éramos Javi y yo, Nuria y Ali en la misma habitación, y la otra chica, la cual se había sentado en la cena con Ali.
Javi, Nuri, Ali y yo estábamos en la habitación de ellas
Admirando las vistas (al parking)
Disfrutando de la tele (cutre)
Y hablándo de chorradas varias.
Me preguntaron si el chico vasco no llegaría y Javi y yo estaríamos ausentes. Pero yo, todo en gentleman detallista, anuncié que le deje una nota:
Querido compañero:
Te dejamos esta cama raquitica por llegar el último.¡Nos lo vamos a pasar chupi!
Fdo.-Raúl y Javi
Entonces Alicia comentó:
-Jo, y la otra chica....Aurora....no estará muy sola allí
-Pues llamémosla y que venga-comenté yo, sugerencia con la que todos estuvieron de acuerdo.
¿QUIÉN DEMONIOS ME HABÍA PREGUNTADO?
Aurora me desmoralizó hasta la muerte. Me sodomizó verbalmente. Me disparó con el fusil de la condescendencia. Me señaló con el dedo de la desmoralización (tengo un libro lleno de expresiones así)
Haremos una elípsis.
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Ha sido un placer contaros esta historia, hasta siempre amigos.

                                                                FIN
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No tanta elípsis.
Luego llegó Lucía, la compañera de Aurora, una encantadora chica.
Y POOOOOR FIN. Nuestro compañero llegó a la habitación, y nos dijeron que se llamaba Carlos. Y aquí vino uno de los más extraños momentos de mi vida. Salimos todos en tromba a cantarle el cumpleaños feliz a Carlos. Él se escondió detrás de una columna (como buen cristiano). Sinceramente, con la idea que nos habíamos hecho, me había imaginado un chico vasco gigante. Pero era canario, y se llamaba Carlos. No se......me había imaginado un nombre más caballeresco. Como .......Edgardo el Matadragones.......

miércoles, 29 de enero de 2014

Doler y querer; querer y doler



Tic-tac, tic-tac. Silencio. Tic. Silencio. Tac. Tic-tac, tic-tac.

Aquel movimiento infernal no me dejaba respirar: mi corazón estaba casi tan perdido como yo y... aquella oscura, lúgubre habitación de hospital. Durante esa semana había intentado -sin ningún éxito- recordar los demás colores del arcoíris para hacerlo todo más llevadero, pero en cada “tic-tac” veía a Laura y en cada silencio, sus tristes ojos. Negros. Una vez escuché en clase que la suma de todos los colores resultaba este otro. Era, sin duda, una definición perfecta para su persona. Ella; azul, rojo, amarillo, violeta, verde. Guardaba en sí una explosión de todos ellos a la vez, que me dejaba, paradójicamente, en blanco.

Dolor. Lágrimas. Enfermeras. El tic y el tac empezaron a jugar al pilla-pilla, como Lau y yo lo hacíamos aquel día en el que aprendí que doler y querer estaban tan cerca como, más tarde pude comprobar, la vida y la muerte.

« El verano de dos mil cuatro se deslizaba lentamente entre los dedos de Dani. Era odioso ser hijo único y no tener amigos, a pesar de todos los libros y videoconsolas que sus padres le quisieran comprar. Ambos estaban siempre ocupados: su papá en la oficina y su mamá, con las labores de aquel gran hogar que ninguno de los tres podía disfrutar -¿acaso se puede complacer uno de algo si no es con buena compañía?-.

El timbre sonó y el niño se asomó con cuidado para ver quién era. Una amiga de su madre, al parecer. Junto a ella, se encontraba una niña un par de años menor que él, que sonreía educadamente a su anfitriona. A partir de ahí, y hasta el resto de la vida de Daniel, las horas empezaron a mezclarse con los segundos a la vez que él con Laura. El tiempo se había puesto las deportivas y corría como si no hubiera mañana.

Sin embargo, hubo un momento de pausa. Ambos chavales jugaban a los espías, así que decidieron escuchar a sus madres a hurtadillas. La invitada escuchaba las palabras ahogadas en el mar de lágrimas de su amiga, las cuales relataban algo sobre lo que el pequeño entendió una tal “Aguante” relacionada con su papá. Pobre inocente que no supo o no quiso escuchar la palabra adecuada: “amante”. Lo que sí entendió es que algo fallaba; su madre nunca lloraba (al menos que él supiese). No dudó en preguntarle, ya cuando se encontraban a solas:

  • Mami, tú... ¿quieres mucho, mucho, mucho, a papá?
  • Bueno, hijo; a mí tu padre me duele -ante la expresión confundida de su pequeño, añadió una explicación- Verás, cuando dos personas se aman se llena, poco a poco, una especie de globo en sus interiores. Este se va hinchando según se quieren más y más; lo que pasa es que a veces aparece algo que lo aplasta y tiende a explotar.

El periódico que ella leía recibió un disparo de agua salada y la conversación, y aquel día en definitiva, terminó. »

Tic. Silencio. Silencio. Tac. Tictactictactictac.

Si algo odio de la maldita anestesia, son los recuerdos. Una cárcel construida con los ladrillos de mi vida, tanto buenos como malos, de los que no puedo escapar. Me atrapan o me abrazan. Me succionan o me besan. Me quieren o me duelen. Y de repente, cuando despierto, frío. Ahora que lo pienso, Mamá debe estar preocupada: hace tiempo que no hago un esfuerzo por abrir los ojos. Sin embargo, mi intranquilo sueño ocupa protagonismo una vez más (o, por qué no, una vez menos). Y el azabache de su mirada. Y su sonrisa. Sobre todo, su forma de hacerme entender que el frío se convierte en hielo, y que el hielo también quema; pero de otra manera.

«Corría el décimo día del año al compás de un chaval de trece años y su mejor amiga, de once. Los escalofríos propios de enero se ahogaban, insalvables, en el mar de las risas y carcajadas de ambos. Irían al lago helado y patinarían hasta que le doliesen los pies, las rodillas y hasta el alma. Como siempre y a la vez como nunca, el hielo se encontraba firme y vacío; no había nadie allí que les quitara espacio para la diversión.

Quién le diría en ese momento que él, el bueno de Dani, iba a robar por primera -pero no por última- vez. Mucho menos un beso.

Ocurrió sin querer, por supuesto un malentendido; o por lo menos fue lo que él pretendió jurar a Laura y a sí mismo mil veces, cruzando los dedos tras su espalda unas dos mil. Él sólo... solamente le había curado el rasguño que ella se había hecho en la barbilla. Su madre siempre le había besado las heridas y él se había sentido mejor. Repitió el comportamiento desplazándose unos centímetros hacia arriba (sin duda muy significativos) con ella.

Mereció la pena la alegría de Laura canalizada en el guantazo que se llevó él y que le marcó el rostro durante varios días, a cambio de aquella sensación. Todo el mundo debería sentirla alguna vez: se produce cuando intentas, llámese curar o ayudar a alguien, y ese alguien, haciéndose querer por encima de todo, es quien te cura o te ayuda a ti.

Todo el hielo se podría haber derretido con el calor de las orejas del chico en ese momento. Es más, todo el hielo del planeta, un poco más tarde, se podría haber deshecho con sus siguientes hurtos.»

Si había algo que mantenía mi corazón en aquel monitor de la sala de cardiología más o menos rítmico, eran los jazmines. Sí, los mismos que durante nuestros tres años de relación amor-odio han sido el perfume favorito de Lau y mi mayor adicción.

Cada larga mañana de instituto, cada tarde de estudio, cada noche de fiesta... cada momento era bueno si aquel aroma estaba presente en la misma habitación que yo. Y donde digo mayor digo peor, a la vez que en adicción digo perdición. Me explico: volar está bien. Subir a lo más alto del firmamento agarrando la misma mano que más tarde te proporcionará un paracaídas está genial. Pero -y cómo no, tenía que haber uno- de repente, te das cuenta de que te estás soltando poco a poco. Las quedadas diarias pasan a ser semanales y, posteriormente, mensuales. Los silencios empiezan a hacer su trabajo y juegan contigo, separándote de quien quieres. Laura soñó, escribió, quiso. Quizás falte el “me” delante de todos estos verbos; si es así, nunca me lo dijo o nunca supe entenderla. Lo único que sé es que de repente, justo entonces...

Entonces te encuentras en la cama de un hospital, con el dolor de pecho como compañero de cama y aspirando con fuerza el olor de las cartas de la flor más bonita que has tenido durante toda tu vida. Dieciséis eran las que yo había recibido, diecisiete las que había mandado. “Querida idiota: me dueles”. Así había empezado mi última carta, al parecer ella no me tomó en serio. Ya antes le había dicho de mi particular forma lo mucho que la quería; pero aquella vez era especial. Aquella vez me asusté, mis letras temblorosas transmitían el hilo del que me estaba pendiendo fuertemente al expulsar todo lo que me quedaba dentro. Cuando la única salvación era que ella me llenase; una negación por respuesta me habría degollado. Eso o... la ausencia de ella, de la mano que me dejase descansar en un suelo firme, sin los altibajos propios de esta cuerda en la que vivo y sus constantes y dañinas sacudidas.

Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Silencio. Silencio. Silencio. Una sirena.


Juro que abrí los ojos. Juro que me aferré a la vida en el mismo instante que me pareció saborear los jazmines. La busqué. El dolor era inhumano y ante mí, sólo pude ver el gris. De las derrotas. De mi cuerpo sin vida. De las lágrimas de Laura mientras corría desde la puerta y me zarandeaba como si no estuviera, en el fondo, segura de que aquellos ojos míos no volverían a parpadear nunca jamás. De la culpa que le producía el haberme querido responder más tarde y en persona a mi última carta y con ello e inconscientemente, dejarme ir, sin más. “Yo también te quiero, Dani”, susurró mientras se propuso intercambiar los papeles, convirtiéndose a sí misma en la ladrona (y a mí en víctima) de nuestro última obra, de nuestro último asalto, de nuestro último y mejor beso.

«Poco después del informe de la muerte del joven de dieciséis años de nuestra ciudad, científicos estadounidenses confirmaron su hipótesis: las fuertes depresiones pueden debilitar e incluso paralizar partes de nuestro sistema, desde el cerebro al corazón, debido al mal funcionamiento del sistema nervioso de la víctima, relataba el periódico.

Aquella noche una nueva estrella brillaba por su sonrisa, al mismo tiempo que una joven se oscurecía por la ausencia de ella en sí por mucho tiempo. En el fondo, siempre fueron -y serían- seres complementarios.»