Todos los niños crecen excepto uno.
Así empezaba Peter Pan, la historia del niño que no quería crecer y vivía en Nunca
Jamás. Y Así empiezo yo esta historia, pero con un niño que vive aquí, en el
mundo real.
Todos los niños crecen excepto uno. Todos menos Él.
Él es un niño, como todos los demás. Llora, ríe, salta,
corre, no entiende muchas cosas. Le gusta jugar y le da miedo los ruidos que
oye muchas veces. Demasiadas. Ruidos que ningún niño debería oír. Ni nadie.
Él Huye. Huye de esos ruidos, huye de esa gente, de ese
lugar en el que no tuvo la culpa de nacer. Huye en busca de la libertad, de la
vida. Está en una barca muy grande, con muchas personas. Todos intentar escapar
de lo mismo. Sólo ve azul. Ve ojos cansados, ve injusticia. Más tarde, ya no
verá nada.
Quizás debíamos de haber dicho todo lo anterior en pasado, porque Él ya no crecerá más. Todos los niños crecen menos Él. Él, que engloba a
miles de niños; niños como Aylan, que morirán huyendo de lo que no debería
existir: De la guerra, de la injusticia. De la muerte.
Aunque conjuguemos esta historia en pasado, volverá a
repetirse. Volverá a haber niños que se van a Nunca Jamás, como en la historia
de Peter Pan, pero no por el polvo de hada. Será por el polvo de las bombas,
esas que arrasan Siria, o el de los fusiles y las ametralladoras que resuenan
en la ciudad. Será por el polvo de la playa, donde en su orilla Aylan todavía
sigue -y seguirá siempre- siendo un niño. Pero esta vez, un niño que sí que
quería crecer.