martes, 22 de abril de 2014

La tumba

Eh.. Sé que es un relato muy corto pero... no sé me apetecía escribir algo así. Aparte esta basado en una cosa que le pasó a un amigo mio, un hospitalero nuevo que a llegado a Grañón. Bueno espero que no esté tan mal como me parece :D.

o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o

El hombre miró pensativa mente la tierra que poco a poco cubría sus ya entumecidas piernas haciéndole sentir un cosquilleo desde la base de la columna. Nunca volveré a ver a mis hijos pensó, crecerán sin un padre que les quiera, sin alguien que les defienda, que le comprenda… Ya sin poder evitarlo dos solitarias lágrimas trazaron surcos en la mugre que cubría mis mejillas. Solo quería una vida tranquila dijo en voz alta hacia nadie en particular, sin muchos sobresaltos, quizá una sorpresa de vez en cuando, pero al fin y al cabo una vida... El capataz le había dicho cuando me contrató: si te pasa algo toca la campanilla no grites que si no malgastarás  oxígeno. Llevaba cinco malditas horas tocando la puta campanita y nadie había acudido en su ayuda, como mucho un pequeño topo que se había acercado a husmear. Nunca volvería a ver su amada Asturias. Recorrer el campo con sus hijos y su esposa ahora le parecía un lejano sueño que nunca pasó. La cordura se alejaba de su ser mientras que la locura poco a poco se hacia con su mente evadiendo los fogonazos de lucidez que la adrenalina le confería. Extendió los brazos en el reducido espacio que le quedaba y se rió. Se rió del mundo por dejarle morir en su seno, se rió de Dios por dejarle morir, se rió de la vida por abandonarle y se rió de la locura por acogerle.

domingo, 13 de abril de 2014

SIN NOMBRE



- Cuando  nací  mis  padres  olvidaron  ponerme  nombre - le  contestó  al  guardia- quizás  tampoco  hubiera  importado. Éramos  tantos  que  tampoco  se  hubieran acordado -dijo  con  una  sonrisa  torcida- Aunque  puede  llamarme  Sin.  De sin  nombre. 
- Eh,  a    no  me  tomes  el  pelo,  negro  de  mierda.  Esto  es  una  propiedad privada,  ¿sabes?  Y  entrar  es  un  delito.  Así  que  dime  tu  nombre  de  una vez.
- Le  estoy  diciendo  la  verdad.  Oiga  por  favor no  tengo casa, ni familia  y  fuera  hace  mucho  frío.  Por  favor  déjeme  quedarme  hasta  que...
- No, Sin –dijo  con  una  sonrisa  irónica-  Largo  de  aquí.  Si  no  tienes  casa  es  tu problema.  Búscate  un  puente.  Y  no  vuelvas -dicho esto  cerró  la  puerta  de un  portazo.
Los  ricos  se  cubrían  con  pieles  y  abrigos.  Sin sólo  tenía  una  chaqueta  mugrienta  y  destrozada.  El  viento  gélido  penetraba  en  sus  marcadas  costillas  y, tiritando  bruscamente,  se  abrazó  a    mismo  buscando  algo  de  calor. Sus  tripas  rugían con  fiereza,  llevaba  dos  días  casi  sin  comer, cosa que no ayudaba a mantenerse caliente.  Pero  aguantaba  por  una  razón:  porque  aquel  iba  a  ser  el  día,  porque  aquella  noche  Sin  podría  conseguir  una  identidad.
Cuando  era  pequeño  siempre  soñó  que  algún  día  tendría  un  nombre  de  verdad. Su  padre  les  abandonó  cuando  él  nació,  dejando  a  su  madre  sumida  en  la pobreza  y  con  7  hijos  a  los  que  cuidar.  Sin  siempre  pensó  que  su  padre  se había  marchado  al  otro  lado  de   la  valla,  en  busca  de  un  mundo  mejor.  Su madre,  con  todo  el  jaleo,  nunca  se  acordó  de  ponerle  un  nombre. Y  ya  nunca más  se  lo  podría  poner. Pero  aquel  día,  si  lo  conseguía,  si  conseguía  pasar  al otro  lado,  buscaría  a  su  padre.  Y  él  le  daría  un  nombre.  Le  daría  una  identidad. Le  daría  el  privilegio  de  ser  alguien.
Al  caer  la  noche,  Sin  se  dirigió  a la  Valla  de  Melilla. Comenzó  a  escalar,  pero  apenas  tenía  fuerzas  para  soportar  su  peso. Sus  brazos  temblaban,  pero  él sacaba  fuerzas  de  donde  no  las  había,  de  su  dolor,  o  quizás  de  sus  ansias  de tener una identidad. Cada  púa  se  sentía  como  un  clavo  incandescente  en  su  enjuto  cuerpo,  hiriéndolo,  pero  él  seguía  escalando. Se  centró  en  cuál  podría  ser  su  verdadero nombre.  Siguió  subiendo  y  llegó  arriba;  ya  casi  lo  había  conseguido,  cuando  sintió  que   las  fuerzas  le  abandonaban.  Se  agarró  como  pudo a  la  valla  y  contempló  a lo lejos las  luces  de  la  ciudad  de  la  libertad.  “Ha  faltado  poco,  papá.” dijo,  esbozando una triste  sonrisa. Sus  manos  ensangrentadas  y  agarrotadas  se  soltaron  y  mientras  caía  creyó  oír  una  voz  que  le  susurraba:  Adiós,  Malik.